La Masacre de Puerto Hurraco

Puerto Hurraco se hace conocido tras los sucesos acaecidos el 26 de Agosto de 1990 pero tras esto y mucho tiempo después de los sucesos, se fueron descubriendo que aquella pelea entre la familia Izquierdo ( conocidos también como los Pataspelas ) y los Cabanillas ( llamados Los Amadeos) venia desde hacia muchos años atrás. Unos sucesos en el que la mayoría de los muertos y los heridos no tenía que ver con los Cabanillas ni mucho menos con las rencillas entre éstas dos familias. Momento de la detención de los hermanos Izquierdo (Foto: Google Imgenes)

10/31/2022

Puerto Hurraco es una pedania perteneciente a Benquerencia de La Serena, pueblo ubicado en la provincia de Badajoz y perteneciente a la comunidad autónoma de Extremadura. Si trazáramos una linea que uniera Badajoz, Sevilla y Cordoba, obtendríamos un triangulo equilatero. Trazando una linea en el tercio medio de la hipotenusa encontramos directamente Puerto Hurraco.

Una pedanía que según el Instituto Nacional de Estadísticas tiene según datos de 2015, 111 habitantes, 51 hombres y 60 mujeres, aunque estas cifras aumentan en verano cuando llegan las vacaciones de verano cuando aquellos que se marcharon a trabajar fuera vuelven a pasar sus días de descanso. En el momento del suceso, los habitantes rondaban los 200. Esta zona estuvo durante mucho tiempo dentro de las zonas con mas atraso y considerada como una de las zonas mas pobres abandonadas en España viviendo de la aceituna, el grano, el cerdo y la oveja. En los años setenta llegaría la electricidad y en los años ochenta se implantó el agua corriente y se asfaltaron sus calles dándonos así una pequeña idea de la situación por aquel entonces de la España mas profunda y perdida que solo en algunas ocasiones hemos podido ver en películas como Los Santos Inocentes. Puerto Hurraco se hace conocido tras los sucesos acaecidos el 26 de Agosto de 1990 pero tras esto y mucho tiempo después de los sucesos, se fueron descubriendo que aquella pelea entre la familia Izquierdo ( conocidos también como los Pataspelas ) y los Cabanillas ( llamados Los Amadeos) venia desde hacia muchos años atrás. Unos sucesos en el que la mayoría de los muertos y los heridos no tenía que ver con los Cabanillas ni mucho menos con las rencillas entre éstas dos familias. Pasadas las diez de la noche de ese Domingo 26 de Agosto, dos hombres vestidos con ropa de cazador, cananas cruzadas llenas de cartuchos que contenían nueve gruesos perdigones de plomo o hierro, denominados Postas y armados con escopetas Franchi automáticas del calibre 12, de cinco tiros cada una. Armas ilegales, porque la Guardia Civil y las autoridades no permiten escopetas de esa repetición. El límite se encuentra en los tres tiros. Los hombres andan por los oscuros aledaños de esa calle principal de la pedania hasta situarse a la mitad de la misma. Aguantan ahí unos minutos hasta que ven a tres niñas despidiéndose de un amigo, unos vecinos sentados en la terraza del bar y otros que toman la fresca sentados en la acera con sus sillas. La calma en cada una de estas escenas no prevé el infierno que sucederia unos minutos después. Una tranquilidad que se romperá por las desavenencias entre los Izquierdo y los Cabanillas. Una historia que nos llevará a viajar en el tiempo al 21 de enero de 1959, cuando Amadeo Cabanillas araba en su finca colindante con una de la familia Izquierdo, se pasó unos metros y labró parte de la tierra en la que se hallaba el mayor de los hermanos varones, Jerónimo Izquierdo Izquierdo, quien le recriminó por ello. Discutieron airadamente y se insultaron, sin llegar a más; los ánimos se serenaron, pero horas después llegó la primera de las hermanas, Luciana, para llevarle la comida a Jerónimo y le indujo a que se vengara, por lo que él llegó a clavarle una navaja de gran tamaño en la espalda, 14 puñaladas le reventaron el higado. Amadeo, tendido sobre su mulo, alcanzó su casa, ante la que se desangró. ¿Pero que sucedió para que Luciana indujera a su hermano a cometer este crimen? El amor no correspondido de Amadeo a Luciana, diez años mayor que el. Este amor no correspondido se convirtió en odio y ese odio derivó en la manipulación a Jeronimo para asesinar a ese joven que la había desdeñado. Por aquel crimen, Jerónimo fue condenado a veintisiete años de reclusión mayor, de los que cumplió catorce. Varios años después murió la madre en un incendio que se produjo en su casa. En Monterrubio se dice que «cuando la casa estaba ardiendo, Luciana y Ángela se afanaron en sacar algunos electrodomésticos a la calle y que, al preguntarles que dónde estaba Isabel Izquierdo, su madre, respondieron que ella estaba dentro, lo que dejó al vecindario perplejo». Aún así los Cabanillas fueron culpados por los Izquierdo por el incendio pero el juicio termino con el sobreseimiento del caso exculpando a los Cabanillas. Tras esto los Izquierdo se marcharon de Puerto Hurraco y fueron a vivir a un pueblo cercano, Monterrubio. Jerónimo se encontraba entonces viviendo en Barcelona después de salir de la carcel, estaba seguro de que «eso era una venganza de los Cabanillas por haber matado él a Amadeo» y se indignó porque la Policía desmentía la acusacion ya que no había ninguna prueba de que pudiera inculpar a nadie de esa familia, de hecho, las hermanas acusaban al pueblo de no haber ayudado a apagar el incendio, algo que fue desmentido y probado por distintos vecinos que ayudaron a intentar sofocar el incendio. Jerónimo impulsado por el odio y el deseo de venganza, apuñaló a Antonio Cabanillas (el padre de las dos niñas que serían las primeras víctimas en la matanza de Puerto Hurraco y hermano de Amadeo, asesinado por Jerónimo) con alevosía cuando estaba eligiendo los alimentos que iba a comprar en la Cooperativa de Monterrubio, pero no le mató, y tuvo que volver a la cárcel, de la que luego sería trasladado al Hospital Psiquiátrico de Mérida el 8 de agosto de 1986, donde murió nueve días después a causa de un infarto de miocardio. Esto nos hace volver al callejon donde se encuentran los hermanos de Jerónimo, Antonio y Emilio apostados, con sus armas cargadas y con municion dispuesta a ser usada. Las primeras en caer son las hijas de Antonio Cabanillas, el que consiguió sobrevivir al ataque de Jerónimo Izquierdo, Antonia y Encarnación Cabanillas de catorce y doce años respectivamente. Les disparan en el pecho a corta distancia hiriéndoles de muerte. Encarna apenas puede hablar y Antonia grita pidiendo ayuda a Isabel, la otra hermana, que salva su vida arrojándose al suelo. Manuel Cabanillas, de cincuenta y siete años, sale del bar gritando «estáis locos, que las vais a matar: no veis que son unas niñas», cuando recibe los disparos que acaban con el. Se produce una primera descarga de cinco tiros que crea confusión, carreras y miedo en la calle. Antonio Cabanillas, veinticinco años, hijo de Manuel, recientemente caido, intenta hacer frente a los que disparan, pero estos rápidamente vuelven las escopetas contra él y le alcanzan por la espalda cuando intenta ponerse a cubierto, sus heridas lo dejaran para siempre en una silla de ruedas. Todo el mundo que se encuentra en la calle intenta escapar mientras los hermanos cargan una y otra vez sus escopetas y siguen disparando indiscriminadamente. Araceli Murillo Romero, de sesenta años, que está sentada a la puerta de su casa ve caer heridas a las dos niñas y sin pensarlo va hacía ellas para prestarles ayuda, le disparan matándola en el acto. José Penco Rosales, de cuarenta y tres años, que jugaba a las cartas en el bar, recoge a dos de los heridos en la primera descarga y los traslada en su coche a un centro de asistencias de Castuera, pueblo cercano, pero al regresar, preocupado por lo que hubiera podido ocurrirles a sus hijos, y con el deseo de auxiliar a más heridos, se encontró con los dos asesinos que no han dejado de disparar sobre la gente del pueblo, le salen al paso y apuntando de frente a los cristales de su coche lo matan al volante. Otros que intentan escapar en coche son Manuel Benítez, Antonia Murillo Fernández y su cuñado, Reinaldo Benítez, suben a un automóvil. Les disparan agujereando la chapa y los cristales. Los impactos acaban con las vidas de Antonia, cincuenta y siete años y Reinaldo, de sesenta y dos. Los hermanos Izquierdo no dejan descansar las escopetas, según fuentes policiales gastaron 160 cartuchos de los 300 que portaban. 300 cartuchos que estuvieron recargando ellos mismos durante el ultimo año. Algunos vecinos logran dar aviso a la Guardia Civil en el puesto de la localidad vecina de Monterrubio de la Serena. Un vehículo con dos agentes entra en el pueblo. Los criminales les apuntan y disparan sin permitirles salir del vehículo. El agente Juan Antonio Fernández Trejo, de treinta y un años, recibe un disparo en el pecho; el agente Manuel Calero Márquez resulta herido en la pierna izquierda. Además de los siete muertos en el acto que los dos asesinos dejan tras de sí antes de darse a la fuga, quedan heridos otros nueve, dos de los cuales fallecerán a consecuencia de la gravedad de sus heridas. El balance final de la matanza será de nueve muertos y seis heridos. En el hospital Infanta Cristina de Badajoz son ingresados Guillermo Ojeda Sánchez, de ocho años, con un disparo en el cráneo, muy grave, en coma profundo, quedaría hemipléjico; Andrés Ojeda Gallarde, treinta y seis años, herido en el pecho y el vientre, con shock hemorrágico, muy grave. En el hospital Don Benito de Villanueva de la Serena quedan ingresadas: Isabel Garrido Dávíla, de setenta años, herida en el pulmón derecho, muy grave; Vicenta Izquierdo Sánchez, herida en el brazo izquierdo y Felícitas Benita Romero, con el impacto de un proyectil en un hombro. Los asesinos cruzaron al pedania rodeados de cadaveres inmersos en charcos de sangre y quejidos de dolor de los heridos, en ese momento decidieron salir del pueblo y huir al monte. Mas de doscientos agentes de la guardia civil fueron organizados para cazar a los asesinos. El dispositivo peinó la zona a pie, a caballo y en vehículos todo terreno mientras estaban siendo apoyados por un helicóptero. El valor de estos hombres ha sabiendas que en la oscuridad de la noche van a salir al monte a buscar a dos asesinos armadas y que no pestañearan en dispararles es algo que me hace que los pelos se me pongan de punta. Durante la mañana siguiente al crimen dieron con los hermanos, Emilio fue sorprendido apostado cerca de la vivienda de dos de sus víctimas y Antonio descubierto por el helicóptero cuando huía monte arriba. Uno de ellos llegó a decir en su captura, aún caliente con la excitación de la sangre: «Si no me hubierais detenido, habríamos vuelto a disparar durante el entierro de los muertos.»

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