El Crimen de Los Galindos
El 22 de Julio de 1975, a la hora de la siesta comenzaría el infierno que acabaría con las vidas de varios trabajadores y que aun no ha dado paz a sus familiares. Cinco personas buenas, honradas, sencillas e incapaces de hacer mal a nadie no llegarían a ver ponerse el sol. Manuel Zapata Villanueva, el capataz; Juana Martín Macías, su esposa; José González Simón, tractorista y su mujer, Asunción Peralta Montero y el último en morir fue otro tractorista, Ramón Parrilla González. Este dia se grabo en la historia de España a base de fuego y sangre, una matanza cometida a pleno dia, sin motivos aparentes y cuyos autores no serian descubiertos nunca.
La mañana del dia de autos, Jose Gonzalez, tractorista de 27 años, habló con Antonio Fenet de 35 años, que hacia las labores de recadero para que se fuera al campo con los jornaleros, algo que no era muy habitual pero hizo sin rechistar ya que Jose le dijo que eran ordenes de Manuel Zapata, el capataz. Debido a esta petición se quedaron unicamente en el cortijo, Zapata, su mujer Juana y Jose, el tractorista que se marcharía poco después al pueblo a recoger a su esposa, Asunta de 34 años. El que Jose fuera a recoger a su mujer para llevarla a la finca sigue siendo un misterio, unos dicen que pudo ser el propio asesino el que le mandara ir a por ella o que se tratase de aclarar algo sucedido en la finca y en lo que Asunta podría estar metida. Fue durante este momento, cuando Jose marchó a recoger a su mujer cuando comenzó la tragedia. Ese mediodía aun recuerdan algunos que la temperatura llegó a los 49 grados, Fenet volvía del campo con el azada al hombro a eso de las cuatro y media de la tarde, pero a la altura del sembrado de girasoles vio un humo denso que se elevaba al cielo desde el cobertizo donde se encontraba la empacadora de paja. Salio corriendo hasta llegar al incendio. Este había tomado proporciones muy grandes y cerca de el se podía apreciar un fuerte olor a gasoil entremezclado con otro mas desagradable, el olor a sangre. Sus compañeros que estaban con el en el campo llegaban a lo lejos junto con vecinos cercanos que habían visto tambien el fuego y se acercaron a ayudar. A las cinco y cuarto de la tarde, sin aire en los pulmones de la carrera que se hicieron tanto Antonio Fenet como Antonio Escobar, consiguieron llegar a la Casa Cuartel de la Guardia Civil donde, asustados y como os decía, asfixiados por la carrera, intentaron explicar que algo muy gordo había tenido que ocurrir, que había un reguero de sangre frente a la casa y que la empacadora estaba ardiendo. Al llegar la guardia civil, los trabajadores casi habían podido sofocar el incendio, era casi imposible apagarlo del todo ya que al estar la paja impregnada en gasoil lo hacia muy difícil. La guardia civil ordenó que se hiciera una zanja cortafuegos para contener las llamas que quedaban y asi evitar que se propagara mas, una vez dada la orden se dirigió al patio de la finca siguiendo la sangre que ya se encontraba casi seca. El cabo de la guardia civil, entendio en seguida que esa sangre pertenecia a una persona y que el rastro se debía a que había sido arrastada una vez muerta. Antes de entrar por la puerta por la que se perdia el reguero de sangre hacia la vivienda, se paró, preparó su pistola y cogio un subfusil reglamentario. Se acercó a la puerta pero tuvo que forzarla brustamente con el hombro para poder abrirla. El susto fue el típico de una película de terror, nada mas abrirse la puerta vio como una sombra se le echaba encima, se hizo a un lado y en ese momento salio de la casa un perro ladrando de forma lastimera y como de dolor y con velocidad que se perdió por el campo.
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